Mi abuela era una de esas señoras de antes, fuerte como un roble, que crió sola a sus 7 hijos. Su paquete de cigarros Delta sobre la mesa, y el café en tarro son algunas de las imágenes que tengo de aquellos tiempos.
Todos los hijos, incluido mi padre, nos llevaba a visitarla los domingos. Recuerdo a mi abuela con alguna tía, haciendo mayonesa casera para recibir la estampida de gente.
Poco a poco iban llegando mis 6 tíos y tías, y por supuesto todos mis primos. En total 27. Todos reunidos en una casa de madera en Tibás.
De esas casas de dos pisos, ya torcida por el paso del tiempo. De aquellas que la madera chillaba cada vez que subíamos las gradas en carrera. La mayoría de nosotros de edades muy parecidas jugábamos infinidad de juegos de esos de antes que ya no se juegan más. Quedó, escondido, saltábamos la suiza, un dos tres queso y por supuesto jugábamos a los vaqueros.
No necesitábamos sombreros vaqueros o camisas de cuadros, solo corríamos uno detrás del otro apuntándole con los dedos como pistola imaginaria gritando pa, pa, pa. Y al suelo haciéndose el muerto si lo alcanzaban aquellas balas imaginarias. Pleito fijo era con aquel vivillo que decía que la bala no le dio porque se la capeó.
Un juego de vaqueros, en donde no había Indios, ni malos. Vaqueros contra vaqueros, todos del lado de los buenos.
¿Y el toro mecánico?. Uno de aquellos tíos que se tiraba al suelo para que se montaran en su lomo. Claro, solo los más chiquitines. Los más grandecitos no podíamos participar. Muy grandes para aquellos toros.
Después de varias horas del corre corre, matando, haciéndose el muerto y resucitando cientos de veces, teníamos que parar tras el llamado a comer. Era como alimentar a un batallón luego de una guerra. Sudados y sucios hasta el copete, terminábamos de comer y de regreso al juego. Aunque no faltaba alguno al que no dejaban iniciar de inmediato después de comer, porque había que esperar a que se bajara la comida.
Ya hoy mi abuela, mi padre, y algún primo no están. Los primos son adultos con sus propios hijos y hasta abuelos algunos de ellos. Ahora, las fiestas de vaqueros se dan en sus propias casas. Y los que corrimos en el juego, hoy sentados vemos a los chiquitines con sus nuevos juegos.
Las cosas cambian, para bien o para mal, no lo se, solamente cambian.
Para los que aun tratamos de recobrar un poco de aquellas épocas. Los juegos de vaqueros se convirtieron en Fiestas Temáticas Vaqueras. Ahora si compramos aquellas camisas de cuadros y usamos sombreros vaqueros. Llevamos botas lustradas y hasta hebillas llamativas. Los lugares están decorados, con pacas de heno, herraduras, carteles y demás accesorios de las épocas del viejo oeste.
Y el Toro Mecánico, ya no es aquel tío que terminaba con dolor de espalda. Podemos alquilar uno de esos inflables para adultos con forma de toro. Ahora los más grandes si podemos montarnos, aunque hagamos el ridículo al caernos en solo un par de segundos.
La mayonesa ya no es casera, ahora es una parrillada del Catering Service contratado para atender a los invitados.
Los tiempos cambian. Ya casi no se ven chiquillos corriendo en los barrios jugando. Para quienes pasamos por aquellas épocas celebramos poder recordar.
Las Fiestas Temáticas Vaqueras logran unir generaciones. A los más grandes, para aquellos que el juego de vaqueros está en la memoria. Y para las nuevas generaciones, que crecieron viendo películas, videojuegos o las anécdotas que escucharon de sus padres o abuelos.
No importa nuestra edad o en la época que estemos, lo que de verdad importa es que la pasemos bien. Al final, sigue siendo, solo un juego de vaqueros.